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La muerte de mi primo, Arcadio Valenzuela, me ha afectado de forma especial porque, además de ser portadores de la misma sangre y conocerlo de toda la vida, tuvimos una relación distinta y muy larga.

Se iniciaba cuando él había decidido aprender a boxear y convencía a mi padre que me permitiera hacer lo mismo. Como yo solo tenía 12 años, todos los días pasaba por mi para ir a su casa en donde durante dos horas entrenábamos con el gran Chucho Llanes, y después él mismo me regresaba a casa de mis papás. Ese fue un periodo de mi vida inolvidable pues la rutina duraría 4 años y, siendo yo bastante menor, Cayo se convertía en mi héroe.

En aquellos años mi padre (hermano del padre de Cayo) lo describía como un muchacho cercano a la santidad pues no tomaba, no fumaba, profundamente religioso, muy deportista. También muy inteligente, responsable y siempre era el ejemplo que me pedía seguir. En esa época se casó con esa gran mujer que es Maria Elisa Cadena. Mi relación con él era tan cercana que, siendo yo todavía un chamaco imberbe, al nacer su primer hijo, Arcadio Jr, fui solo a visitarlo y felicitarlo pues la clínica estaba enfrente de mi casa.

Por su recomendación e influencia con mi padre, yo partía al Tec de Monterrey en donde él también había estudiado. Pasarían los años y tomábamos rumbos diferentes. Él se convertía en Director General de Banco Ganadero y Agrícola en Hermosillo, mientras yo también debutaba en la banca, pero en la ciudad de México, reclutado por Bancomer en donde permanecería un poco más de tres años.

El destino de nuevo nos reunía cuando, por accidente, me lo encontrara en el DF en uno de sus viajes. Me ofrecía ser gerente de una nueva oficina que el Banco Ganadero se disponía a abrir en Hermosillo. Y, después de analizar la oferta, la aceptaba. Así me convertía en parte del Banco Ganadero el que uno de sus fundadores había sido el otro héroe de mi vida, mi abuelo Manuel P Torres.

Así, ambos nos embarcamos en una aventura que se desarrollaría como solo las vemos en las historias increíbles de películas producidas en Hollywood. Como lo había hecho cuando boxeábamos, de nuevo me tomaba de la mano para mi preparación que a temprana edad me llevara a la Dirección General del Banco Ganadero, cuando el renunciara para iniciar la aventura más grande de su vida en la ciudad de Guadalajara. Así, Banco Ganadero y Agrícola pasaba a fusionarse con tres bancos que Hacienda le entregara a Cayo con una serie de compromisos. De la fusión surgía un nuevo banco, Banpacífico, del cual también me nombrara director general. Tomábamos una tarea que a muchos les parecía imposible y a los dos nos provocaría enseñar el verdadero material de nuestra constitución, puesto que, además de los bancos, el paquete llevaba una serie de proyectos entrampados que el desentramparlos parecía imposible.

Primero nos dimos a la tarea de levantar el capital establecido por Hacienda y, sobre todo, dar al paquete esa urgente transfusión para salvarle la vida. Trabajamos de sol a sol durante más de dos años. Bajo su dirección yo había preparado un plan especial acorde al diagnóstico del banco, con la estrategia de atacar cada problema con una solución muy específica. Y, sobre todo, la estrategia de lograr un crecimiento del banco superior a la media nacional porque, al lograrlo y mantenerlo, los problemas, en el contexto general, no serían tan amenazantes y tendríamos herramientas más potentes para solucionarlos. Para ello, recibimos un gran respaldo de don Miguel de la Madrid, en esa época subsecretario de Hacienda.

Así, lo que para todo mundo parecía imposible, se tornaba en realidad cuando, a solo poco más de un año de la fusión, presentábamos ganancias bastante sólidas al mismo tiempo que abríamos nuevas oficinas en Sinaloa, Baja California y la primera en la ciudad de México, conjugando el corto y largo plazo. En el inter, Cayo había desarrollado dos proyectos en Vallarta, un hotel y un conjunto de 500 condominios dando salida y solución a uno de los problemas heredados. A ese punto, el problema más difícil que yo enfrentaba, eran mantener el ritmo de trabajo agotador de Cayo, pero, como gran motivador, hacía que mi cerebro produjera potentes endorfinas y seguir adelante.

Sin caer en la presunción, creo que lo que logramos, con la poca información que habíamos recibido de las autoridades que, en su momento, nos hizo darnos cuenta qué los problemas eran mucho más grandes de lo notificado, algo que yo estoy seguro cualquier otro hubiera abandonado el reto. Pero a Cayo le provocaban más bríos y energía para seguir adelante porque, como él afirmaba, los problemas deben ser nuestros maestros. También creo que lo que se había logrado y la forma en que se desarrollara, debería servir como un caso especial de las escuelas de negocios de cómo, bajo la dirección de un hombre de gran visión, con la habilidad de conjuntar un equipo igualmente especial, motivarlo para ejecutar tareas y producir logros que otros consideraban fuera algo imposible.

Pienso, también, es una lección de cómo una obra edificada en contra de todos los momios, no solo se había resuelto un gran problema para el gobierno, se convertirla en un elemento de crecimiento para el país, para la generacion de empleos, para llevar recursos a segmentos abandonados como eran los pequeños propietarios agrícolas e, inclusive, los ejidos, para sumarlos a la rama productiva y darles vida propia. Así, este grupo rescatado de las cenizas que se hubiera provocado por administraciones equivocadas y, sobre todo, una braza ardiendo para el gobierno. En solo un poco más de dos años, emergía de su agonía como el ave Phoenix.

Pero, la verdadera lección fue ver cómo una obra que edificara Arcadio Valenzuela, después de haberse rescatado de su lecho de agonía, seria atacada por otra catástrofe económica que provocan las malas políticas del gobierno. Lopez Portillo pedía preparación para manejar la abundancia. Pero luego llegaba la tormenta de las desgracias. Una mortal devaluación que enviara a Silva Herzog a Washington declarando la banca rota del país y mendigando ayuda.

Pero, Cayo no se dedicó a llorar esa tragedia que tanto le costaría. Lejos de amargarse siguió luchando y enfrentó esa situación con humildad y entereza, sin bajar la guardia. Él y yo, portadores del fuerte carácter y personalidades agresivas de los Valenzuela, tuvimos diferencias importantes, pero, gracias a dios, la vida nos dio la oportunidad de, cómo dos primos que se quisieron, con verdadera integridad fuimos capaces de limar asperezas y ahora que lo hemos perdido, yo solo le digo, gracias por todo Cayo, navega tranquilo por ese océano de la inmensidad, las doradas playas de tu ideal esperan tu arribo, las islas de bendición te están sonriendo, la paz sea contigo.